(…)
Nacemos
dos veces, una cuando nos nace el cuerpo, otra, cuando adquirimos idea de
nosotros mismos. Este descompás determina nuestro modo de ser. Si como lo
definiera Aristóteles, somos un zoon
logon echon, un viviente dotado de palabra, no lo somos al momento de
nacer, sino después, cuando conseguimos nombrarnos y nombrar el mundo que nos
rodea. Nacemos, por decirlo así, separados de nuestra naturaleza. Fuera del
lenguaje, fuera de la ley, fuera de la historia, es decir, fuera de la cultura.
Fuera de nosotros mismos. Como lo refiere Lyotard, “No soy yo quien nazco,
quien es alumbrado (enfanté), yo
mismo naceré después, precisamente, al salir de la infancia (enfance)”
(LYOTARD, 1997: 44-45). Por eso nacemos
para otros antes de hacerlo para nosotros mismos. Y por no haber estado
presentes en nuestro nacimiento, por haber sido originalmente para otros, por
haber sido otros los que estuvieron en
nuestro origen, tendremos por siempre la alteridad como lugar de nacimiento. Al
interrogarnos por nuestro origen seremos lanzados, una y otra vez, en dirección
a una otredad que constituye para nosotros lo más íntimo. (…)
“Notas para una poética de la educación”
Por Maximiliano Valerio López
Universidade Federal Fluminense
(UFF) – Brasil
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